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jueves, 11 de agosto de 2011

Por siempre jóven..

Envejecer es obligatorio,
crecer es opcional

Padre Felipe Santos


“Si en la lucha el destino te derriba;
si todo en tu camino, es cuesta arriba;
si tu sonrisa, es ansia insatisfecha;
si hay siembra excesiva
y pésima cosecha;
si a tu caudal, se le oponen diques;
Date una tregua, pero ¡no claudiques!”

Rudyard Kipling





La noche brumosa y fría del 22 de octubre de 1707, en las Islas Sorlingas (Scillies), es inolvidable para la marina inglesa y para todos los marinos del mundo. Las rocas y acantilados de ese archipiélago, muy cercano a la costa sudoeste de Inglaterra, se convirtieron en las lápidas de aproximadamente 2000 marineros que navegaban el buque insignia, Association, capitaneado por Sir Clowdisley Shovell. Es el peor naufragio en la historia de la flota inglesa. Sólo sobrevivieron 2 personas!. Por mucho tiempo, las travesías de buques mercantes eran todo una odisea, ya que nunca se sabía con precisión en qué punto se encontraban en el plano este-oeste. Se conocía cómo medir la latitud (plano norte-sur), pero para la longitud, no existía método seguro, ni práctico ni confiable.

Esa fue la gota que derramó el vaso, y propulsó la iniciativa de la corona del reino británico a expedir el Decreto de la Longitud, en 1914, mediante la cual el parlamento dispuso de una recompensa de 20,000 libras (aproximadamente 12 millones de dólares actuales) para quien encontrara una solución al problema de la longitud. No sólo preocupaba y era tema de interés nacional la vida de los marinos yla pérdida de naves, sino la economía y el honor británico. Para ese entonces, el mar era dominado por España y Francia y, la marina inglesa empezaba a disputarles ese poderío.

En una misión diplomática organizada por el Consejo Británico, tuve la oportunidad de conocer el real Observatorio de Greeenwich y apreciar en toda su extensión el valor de este concepto. En ese entonces, me quedó claro que el dominio de la marina real inglesa de 1770 a 1940 en los mares del mundo y su expansión como colonia, en mucho contribuyo el dominar éste conocimiento. Ahí me encontré con el libro de Dava Sobel --Longitude--en que de manera muy detallada, da cuenta de la azarosa historia de ese proyecto. Ell subtítulo del mismo explica por si mismo de su propósito: “La verdadera historia de un genio solitario que resolvió el mayor problema científico de su tiempo”




Al publicarse el Decreto, un adolescente llamado John Harrison, vivía en el campo con su familia, que se dedicaba a la carpintería, oficio, que se trasmitía de generación en generación. A los 20 años, ya daba muestra de su talento, inteligencia e inventiva al construir su primer reloj de péndulo que hoy se exhibe en el Museo del "Excelentísimo Gremio de Relojeros" en Guildhall, Londres. Muy alejado de su pensamiento y prioridades estaba el famoso decreto; y más bien su afición eran los relojes, habiendo inventado el Péndulo de Parrilla y el Escape de Saltamontes. Cómo se enteró de ese decreto, nadie lo sabe, sólo que preparó un diseño y se propuso mostrarlo al Consejo de la Longitud, para conseguir su aprobación y los fondos necesarios para realizarlo. Esto se llevó acabo en 1730, y de ahí en adelante no cejo en su empeño de crear un reloj marino (ahora conocido como cronometro) que pudiera usarse para medir la longitud. Por más de 43 años se mantuvo fielmente atraído a ese proyecto, hasta que en 1773, el Rey Jorge III le concedió ese codiciado premio.



Durante los más de 40 años que transcurrieron en ese obsesivo proyecto, se mezclaron muy diversas vicisitudes que pusieron en peligro su continuidad; celos, juego sucio, política, golpes bajos, burocracia, ignorancia e indolencia. Bajo el patrocinio del Channel Four y en asociación con la A&E Television Netwoks, la película Longitud, abunda más aún en los obstáculos enfrentados por el autodidacta Harrison, con la propia clase científica alta, a través del Consejo de la Longitud que conspiraba en su contra, y autoridades de la Real Marina Británica. Años antes de lograr su hazaña, John se había recluido en su casa, con la moral baja al ver que tantos afanes habían sido infructuosos y con la idea de que lo mejor sería retirarse del proyecto, en lugar de ceder a los caprichos y pruebas que los miembros del Consejo de la Longitud le querían imponer. Ahí recibió la visita del Teniente de la Marina John Campbell, y se da una conmovedora charla de dos amigos que compartían el mismo sueño de medir la longitud. En una de las escenas de mayor dramatismo y emotividad, se da el siguiente diálogo:

--John Harrison: “Cuando eres joven, piensas que todo es posible.
Pero al envejecer, descubres que no es así”.
--Teniente Campbell: “Bien entonces, no envejezcas”




A lo que verdaderamente se refería el teniente Campbell era al hecho de no rendirse jamás, a seguir con la mente abierta, llena de ideas, generadora de nuevas cosas; a seguir soñando, imaginando e inventando. A que aún en la peor de las adversidades, podemos mantener la mente joven, mientras el cuerpo envejece. El conocido precepto de Juvenal 'mens sana in corpore sano', que en su sentido original nos habla de un espiritu equilibrado en un cuerpo equilibrado; con el paso del tiempo lo fuimos desviando para enfocarnos más en el cuerpo físico, en el ejercicio capaz de brindarnos un cuerpo atlético, bello, admirable. Y dejamos a un lado, el cultivar, alimentar y ejercitar la mente. El gran Shakespeare nos lo advertía "nosotros estamos hechos de la misma materia que los sueños". No se trata de pasar la vida soñando, sino de darle vida a los sueños!



Nada de asombroso tiene el envejecer; no tiene mérito alguno. Ninguna habilidad especial o talento se requiere para ello. No se trata solamente de ponerle años a la vida, sino de agregarle vida a los años. Sin duda, no siempre las cosas van como uno quisiera; hay tropiezos, hay valles y sombras, precipicios y empinadas cuestas. Son las pruebas a que nos somete la vida y que nos permiten crecer con maduréz.

La historia de Harrison, además de ser una gran epopeya científica, es una historia de la perseverancia del indomable espíritu humano.